La llamada «lluvia buena» es la que aporta el agua fecunda para campos, industrias, ganado y personas. La otra cara de su moneda es la «lluvia peligrosa», la de la tormenta de intensa actividad. Esa lluvia no trae agua fecunda, sino inundación, erosión y daños materiales. Además de vidas inocentes a las que siega sin remisión.

Lluvia buena y mala, siempre presente en las mitologías. Recordamos al húngaro László Passuth, cuyo mítico libro «El dios de la lluvia llora sobre México» nos acercó en la niñez a la gesta de la Hispanidad. Bajo la lluvia, se escenifica el choque de dos grandes culturas. Y el agua fecunda, consigue a través del arquetipo de Malinche, el milagro del mestizaje.

Pero Tláloc, el dios azteca de la lluvia, es ambivalente. Un bienhechor porque la trae y un malhechor porque genera devastadoras tempestades. Pero hoy, el poeta solo se acuerda del Tláloc bueno. El que riega la tierra con agua fecunda y nos hace olvidar por momentos la posibilidad del diluvio. Porque la memoria es selectiva y nos permite borrar el mar sabor de boca y la incomodidad que deja la humedad intensa. Ya vendrán tiempos peores, pero hoy toca poesía positiva y esperanzadora.

Y para celebrarlo componemos una sexta rima, con sus endecasílabos en versos de arte mayor. Es lo que se merece el campo mientras esperamos que Tláloc se acuerde de los que vivimos en un país dizque moderno, pero que tiene restricciones.

Pelillos a la mar, ya lloverá. Lean estrofas nacidas en el Barroco, que transitaron por el Neoclasicismo y el Modernismo. Las que hoy esperan y anuncian el agua fecunda de Tláloc. Versos de esperanza, que animan a la tierra a aguantar un poco más y a los planificadores del agua a aprender a gestionar la incertidumbre eterna de la lluvia sin dogmatismos.

Lorenzo Correa

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