Con tanta sequía hay que saber beber bien


¿Quién no ha tenido nunca sed? Nadie que siga vivo. ¿Sabemos cuántos tipos de sed hay y cuál es la que nos agobia en un momento dado?

La sed no deja de ser una alarma que nuestro cerebro activa para que le demos prioridad, en nuestros quehaceres cotidianos, al hecho de hidratarnos. Cuando sentimos la alarma, notamos la boca seca e imaginamos un vaso lleno del líquido que más nos apetezca beber. Entonces dejamos todo lo que tengamos entre manos y nos ocupamos de conseguirlo.

La sed nos va invadiendo sin darnos cuenta, hasta que notamos sequedad en la boca. Entonces, el aliento adquiere un olor característico. Cuando exhalamos el aire que respiramos huele diferente debido a la carencia de acción antibacteriana de la saliva. Y un incipiente dolor de cabeza comienza a generarnos incomodidad.

Para evitar tan desagradables sensaciones, los más cuidadosos con su cuerpo procuran hidratarse con frecuencia. Así creen que van a vencer la sed  y que jamás tendrán esta sensación. Esto suele ocurrir en la mayoría de los casos, pero la sed no es solo una sensación. El resto de los mortales, simplemente esperan que su cuerpo se lo recuerde y entonces, beben. Pero a veces no hay qué beber y eso supone un sufrimiento que nos hace perder el norte y pasarlo muy mal a la hora de concentrarnos

Tomada como una sensación, la sed podría ser parte de un mecanismo evolutivo para ayudar a mantener la homeostasis. Ya hemos escrito aquí sobre  esta capacidad de nuestro organismo para  obtener una situación físico-química característica y constante dentro de ciertos límites.

Todo funciona razonablemente biencon homeostasis, hasta que nuestro equilibrio corporal siente la amenaza de la insuficiencia de líquidos. Pasa el aviso y los controles neuronales y hormonales se ocupan de ello, enviando señales a los riñones ya  las glándulas salivales para que se presten a conservar lo que queda del agua y sodio disponible en el organismo.

En estos momentos, la sed deja de ser solo una sensación para convertirse en el factor desencadenante de una batalla entre nuestro cuerpo  y la deshidratación. Para comenzar la batalla, el entorno  y lo que hacemos es muy importante. La sed aparece muy a menudo al despertarnos del sueño nocturno con la boca seca.Sobre todo para los que tienen el nefasto hábito de respirar por la boca.

Nuestra mente nos hace imaginar un gran vaso de agua fría que ingrese sin pérdida de tiempo en la boca para mitigar los ardores de ese desierto. Haciendo lo que la mente nos señala, no solo ganamos la batalla de la sensación de sequedad, sino que también avanzamos en generar ayuda para la limpieza del estómago y el equilibrio del sistema linfático.

Salimos vencedores de esa primera contienda del día, porque al hidratarnos, mejoramos directamente nuestro rendimiento intelectual. Y además nos sentimos fuertes, sin necesidad de esperar a ingerir estimulantes como el café.

Continúa nuestra jornada y la sed vuelve. Llega la hora de la comida, y la sensación de sed se aviva con la ingesta de alimentos. Los picantes o salados, nos generan una quemazón en la boca. Para amainarla, creemos que hay que echar agua sobre lengua y garganta. Craso error, porque el agua no es capaz de apagar el incendio interno que nos altera.

Es justo al contrario, porque echarla a ese fuego puede ser contraproducente. Lo que hace el agua ahí es esparcir  capsaicina. Se trata de una oleorresina, que se encuentra como componente activo en los pimientos picantes (Capsicum).

Como habrán comprobado si alguna vez les ha tocado en (mala) suerte un pimiento del padrón o un chile incendiario, es irritante para los mamíferos y produce una fuerte sensación de ardor (pungencia) en la boca.

En cualquier caso, es imposible no acudir el agua en estas circunstancias. Aunque ya sabemos que en ellas así no nos quitamos la sed, ni el ardor. Algo parecido, aunque no tan llamativo, ocurre con los alimentos salados. También dan sensación de sed, aunque ésta no sea fisiológica, sino psicológica.

Todos sabemos que la sal provoca retención de agua. Por eso procuramos tener una botella o jarra a mano cuando acabamos de disfrutar comiendo una suculenta bolsa de patatas fritas o un bacalao escasamente desalado. Pero si las sales ingeridas no son lo suficientemente importantes en cantidad, aunque nos lo parezca, no tenemos sed. Tenemos una tentación de beber agua irresistible, pero en realidad lo que produce la comida poco  salada en nuestro organismo no es sed. Es hambre.

Y confundimos esa sensación de necesitar ingerir algo más de sólido, con la sed. Sensación muy común en sentido contrario, ya que a veces también creemos estar hambrientos, cuando en realidad solo necesitamos saciar nuestra sed. Por lo tanto, hay que poner en su lugar el hábito tan común de beber mucho tras comer salado, porque haciéndolo no conseguiremos saciar una sed que no tenemos realmente. Por supuesto que beber es necesario e imprescindible para mantenernos sanos y activos. Pero debemos saber cuándo hay que hacerlo y para qué lo hacemos. Toca desaprender hábitos inapropiados y aprender a beber.

La segunda clase de  sed que nos acosa es la producida por el ejercicio físico, la provocada por la pérdida de líquidos y sales que eliminamos al sudar. Y esta sed es completamente diferente de la anterior.

Hasta aquí hemos descrito diferentes tipos de sed. Y hemos comprobado como nuestro cerebro dispone de sensores que le avisan de cuándo el agua está circulando por nuestro cuerpo. Los principales son el gusto y el olfato. Con su ayuda, el cerebro se dispone a manejar la situación. Para  así devolvernos el bienestar perdido y llevar el agua a donde se necesita.

Ahora veremos qué es lo que ocurre cuando los sensores dan la voz de alarma. Sabemos que cuando sentimos sed fisiológica, ya es demasiado tarde para prevenirla. El cuerpo está enviando señales desesperadas de agua. El proceso interno que se desencadena da una orden tajante a los riñones para que retengan toda el agua que pudiera sobrarles. Las funciones renales se ponen en stand-by. Y lo mismo hacen las glándulas salivales. La situación que se produce en nuestro organismo es muy incómoda.

Para evitarlo, debemos seguir los consejos que tanta veces hemos oído sin, quizás,  escucharlos. Es tan sencillo como beber agua en pequeñas dosis en intervalos regulares durante todo el día.

También es conveniente saber que los mamíferos tenemos dos tipos de sed fisiológica. La osmótica, que se produce cuando hay una concentración elevada de sales y minerales en la sangre. Es simplemente el aviso que recibe nuestro cerebro cuando conviene restaurar con la mayor urgencia  el equilibrio de los sistemas internos corporales.

Pero la sed provocada al hacer ejercicio físico, es diferente, Se la conoce por  sed hipovolémica. Es la inducida cuando pierdes líquidos por la sudoración. Entonces, necesitas recuperar el volumen de sangre rehidratando y reponiendo electrolitos y minerales.

Importa mucho para saciarla saber qué tipo de sed tenemos. Porque la primera, que es la osmótica, se sacia bebiendo agua pura. Pero la segunda, la que nos avisa de que debemos compensar el agua perdida por el sudor, hay que vencerla bebiendo agua mineral.

Resumiendo: la sed osmótica se origina cuando aumenta la tonicidad del líquido intersticial. El  agua de las células es invitada a largarse de ellas y por ello, su volumen se reduce. Las neuronas osmorreceptoras tiene una frecuencia de descarga derivada de su nivel de hidratación. Por ello, los osmorreceptores responsables de la sed osmótica se ubican en la lámina terminal. fuera de la barrera hematoencefálica. Allí, las sustancias disueltas en la sangre pasan fácilmente el filtro.

Respecto a la sed volémica, se origina cuando se reduce el volumen del plasma sanguíneo. Pero cuando se pierde agua por evaporación, ésta abandona los tres compartimentos de líquidos. Y por ello, tendremos ambas clases de sed, volémica y osmótica. Sin embargo, tanto la pérdida de sangre como el vómito y la diarrea ocasionan pérdida de volumen sanguíneo (es decir, hipovolemia) sin deshidratar el líquido intracelular.

Como la hipovolemia implica una pérdida de sodio y de agua, la sed volémica también produce un apetito de sal. Existen al menos dos series de receptores que realizan esta doble función. Uno en los riñones (que controla la producción de angiotensina). Y el otro en el corazón y los grandes vasos sanguíneos (los barorreceptores auriculares).

Por último, es importante saber cuánta agua debe perder nuestro cuerpo para que tengamos sed de verdad y nos ocupemos de resolver el problema. El límite está en superar el 10% de pérdida del agua de nuestro cuerpo. Ahí comienza a secarse la boca y también empezamos a perder capacidad cognitiva.

Gracias a las neuronas de la anteriormente citada lámina terminal, que se encuentran en una ubicación ideal para recibir noticias de las células del cuerpo de que necesitan un poco de agua, recibimos las señales de la boca (sequedad) y de los riñones (dolor tanto mayor cuanto peor sea la deshidratación). Y estas mismas neuronas son capaces de desencadenar y suprimir la sed.

Aunque el alivio hidratante de un vaso de agua sea instantáneo, una vez que la sequedad desaparece el cuerpo necesita alrededor de dos horas para absorber completamente el agua bebida y para que empecemos  a sentir los efectos de la hidratación.

Tan pronto como tomamos un sorbo de agua, se registra a través de la vía garganta-cerebro. En respuesta al acto físico de tragar líquido, la lámina terminal ordena inmediatamente a las neuronas responsables que generan la sensación de sed que la hidratación está de camino. Os te reflejo anticipatorio también nos impide beber más agua de la que el cuerpo necesita

Y el cerebro sabe que el agua está en camino gracias a los sistemas de sensores periféricos, incluidos el gusto y el olfato. Entre bambalinas, el cerebro hace de director de escena de todo el cuerpo.

Cuando notamos la sensación de sed, el cuerpo ya está pidiendo desesperadamente una dosis de agua. Son procesos internos impulsados que aconsejan a los riñones que retengan el agua que sobra. Las glándulas salivales también están en pausa. En lugar de esperar a que esta sensación incómoda se apodere de nuestros sentidos, intentemos beber agua a intervalos regulares durante el día.

Lorenzo Correa

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