Cuando la sequía impone su pertinacia, el cauce está triste por la ausencia de caudales en su lecho. Aunque casi estamos acostumbrados a que la lluvia se empeñe tenazmente en pasar de largo, hay otro motivo para perder la alegría que surge al oír murmurar caudales circulantes. Y éste es la estética de lo que nos rodea.
Pasear por el campo abierto puede llevarnos a encontrarnos con escenarios en los que el cauce está triste por ausencia de agua en su seno. Pero si lo hacemos por campo urbanizado, se nos cae el alma a los pies. Esta sensación viene causada por el abatimiento que produce comprobar el poco respeto con el que el encauzamiento se aborda en estos lugares.
Vean las fotos que ilustran este artículo y entenderán porqué el cauce está triste. Su trazado es cambiante en planta y en perfil, porque depende exclusivamente de las necesidades del urbanizador. Calles que obligan a meterlo en un túnel sin embocaduras alegres. Parcelas que agotan al límite su proximidad a la vaguada.
Cajones de hormigón, muros y escolleras mal o nada concertadas que buscan solo eliminar el problema de la coincidencia con el cauce natural. Feísmo resultante de todo lo que se hace rápido y barato. El dominio público hidráulico estorba y hay que reducirlo hasta hacer saltar las alarmas de su reglamento.
Cuando llueva y ya no podamos decir que el cauce está triste por ausencia de agua, no conseguiremos apreciar en él una sonrisa. Solo abatimiento por todo lo que al convertirlo en una canalización artificial provocará problemas cuando las nubes descarguen. Solo permanece el feísmo de lo que estorba y deprime que ir al cauce sea sinónimo de ir de cañas.
Lorenzo Correa
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