Culturas del agua post sequía


En en las cuencas internas de Cataluña, se vive desde hace unos años en un ambiente hídrico dirigido por nuevas culturas del agua y dominado por la sequía. Los medios de comunicación y la propia administración hidráulica trasladan la sensación de que la sequía se extiende por todas partes . Pero afortunadamente, no es así.

El problema es que la población se concentra en la décima parte de la superficie de un territorio partido por la mitad entre la parte correspondiente a la cuenca del Ebro y la parte más afectada que es la de las citadas cuencas internas.

Agencia Catalana del Agua

Los usuarios más afectados exigen dimisiones en la cúpula de los gestores. Otros menos afectados asisten estupefactos a una avenida en el río de los ríos, que también es su río. Está llenando los embalses que abastecen a una parte importante de la población catalana. Mientras que los demás comprueban qur sus embalses siguen vacíos. Y todo en la misma comunidad y a escasos kilómetros de distancia.

Nadie entiende como unos pueden regar o ducharse y otros no. Las sanciones se imponen por doquier. Y la confianza en la administración hidráulica decae por momentos. No queda ni un atisbo de seducción al usuario, aunque se divulguen campañas publicitarias que sostienen que el agua no caen del cielo.

A pesar de que cuatro colegios profesionales presentan una solución técnica argumentada de trasvase, los gestores del agua se niegan a incluirla en su planificación (?). Y apuestan por soluciones de enchufe y bomba. Así están las cosas en un país que se ufana por estar regido por seguidores de unas nuevas y maravillosas culturas del agua. Debatamos sobre cultura, pues

Si hay un país con un amplio abanico de culturas del agua (romana, árabe, “confederada”, “nueva”…), ese es España. Ante todo, definamos cultura del agua como el conjunto de normas, creencias y valores utilizados para gestionar su uso, su control y su defensa. El reparto de la carga de la gestión entre estos tres pilares (uso, control y defensa), no ha sido uniforme a lo largo del tiempo, lo que ha provocado  el desequilibrio “hidro-cultural” al que los españoles han estado y siguen estando sometidos.

Si en un principio el pilar fundamental era el uso (el regadío como objetivo en un país con enormes diferencias entre las aportaciones recibidas por sus cuencas), más tarde el peso se aplicó sobre el control (Ley de Aguas de 1886), mientras que ahora es el de la defensa el que  soporta la mayor carga.

Las reacciones de los usuarios ante estas modificaciones de cargas entre apoyos no pueden ser más que emocionales. Porque alteran la relación usuario-recurso, dependiendo del tipo de control, del uso preferente  o de la defensa del patrimonio hídrico.

Por eso, nuestras culturas del agua son emocionales por relacionales, porque las relaciones humanas se ordenan desde la emoción. Lo curioso, por uniformador del reparto de cargas, es que todas nuestras culturas, hasta la “nueva”, se basan en el modelo de cultura patriarcal. O estás conmigo o estás contra mí, que produce entre otras lindezas ese movimiento oscilatorio entre el espasmo y el marasmo tan característico de las Españas.

La antítesis de la cultura patriarcal es la matriarcal. Ella la precedió y ambas culturas derivan de dos formas distintas de relacionarse los seres humanos entre sí y con la naturaleza. O sea también con el agua. Porque las relaciones humanas se ordenan desde la emoción y no desde la razón.

Humberto Maturana nos aclara que ”La cultura matriarcal es la que precedió a la aparición de la agricultura y el pastoreo». En ella, las madres cuidaban de su familia en armonía con la naturaleza. El mal en esta cultura solo era un error y se corregía con el conocimiento.

Con el tiempo, llega el pastoreo que supone un hito indeleble en la historia de la humanidad. La exclusión del lobo, originalmente realizada por hombres, por los patriarcas. Y la derivación del agua hacia el molino de quien la derivaba.

Entonces se quiebra la confianza en la relación con la naturaleza. Porque hay que defenderse del lobo y se prima el uso necesario del agua para el riego y el abreve sobre el control y sobre la defensa patrimonial. Y la confianza es el fundamento del vivir y del beber, como bien saben ahora los que no confían en lo que beben.

La noción del mal, cambia y nos marca. Es una falta que se corrige con el castigo y el perdón. Aparece el control como objetivo prioritario. Ya tenemos implantada la cultura patriarcal, que se centra en expectativas y apariencias y vive en la esperanza, o sea en la exigencia del control coercitivo a través del estricto cumplimiento de la legislación. Al revés que la matriarcal, que no vivía en la esperanza por no tener exigencias, por lo que vivía en la inocencia.

Además, nuestro modelo (tan moderno por antiguo), de cultura patriarcal, que extrapolamos al de las culturas en plural del agua, se basa en la competencia. Ella genera mentira y engaño al estar centrado en la autoridad y el control por falta de confianza en el mundo “natural” (¡Que viene el lobo, o la privada, o la administración, o la directiva, o el trasvase!).

El pastoreo (rogamos ir haciendo sobre la lectura las similitudes con el “agüeo”), surge cuando una pequeña comunidad que vive siguiendo animales migratorios comienza a impedir que el lobo, que también vive de los mismos animales, siga alimentándose de ellos. Al hacerlo, la familia establece un límite que impide al lobo el acceso a su fuente normal de alimentación y lo excluye en una acción que de hecho constituye un acto de apropiación.

En la vivencia de ese acto como legítimo, surge el emocionar de la apropiación en una dinámica progresiva que lleva a matar al lobo en lo que se vive como la defensa de lo conquistado a la fértil Dea Mater, fecundada por el agua, de la misma manera que se defiende la vida.

Cuando esto pasa a ser algo normal (porque las familias crecen al estar mejor alimentadas y los lobos decrecen por lo mismo), surge el pastoreo como modo de vida (el nuestro actual). Y surge también la desconfianza en la naturaleza, el control, la enemistad y la guerra, porque los instrumentos de cacería se tornan en armas.

El pastoreo es pacífico solo en ausencia de guerra activa, pero su constitución NO es pacífica. Esa es la cultura patriarcal. La que nace de un hecho del que no se suele hablar nunca cuando se analizan los problemas de la gestión del agua. Que cada vez somos más seres humanos y la superficie de la tierra y el agua aprovechable en ella es prácticamente constante. O sea que cada vez tocamos a menos.

La añorada sociedad antigua prístina, tan armónica con la naturaleza, tan matriarcal, lo era solo por una razón. Porque había comida y agua suficiente para hombres, mujeres y lobos. No hacía falta control ni defensa, solo se usaba sin que nadie se quejara.

Pero en las culturas acuáticas patriarcales nos movemos entre el espasmo y el marasmo, en un juego infinito de emociones sin conversaciones. Con un vocabulario plagado de “hay que” y “se debería”, que nos ubican en el marasmo.

Si no se señala el quién (hace y paga), el cuándo se hace) y el cuánto (cuesta), todo seguirá igual. Sumido en el marasmo en el que nos encontramos. Si no se cambia responsabilidad (empezando por un “yo creo” o “yo voy a hacer”), por victimismo (girando sobre “los otros”), seguiremos en el marasmo. Siguiendo la “la ruta colectiva, lana contra lana y cabeza caída” que citaba Ortega y Gasset…más pastoreo.

Salimos del espasmo provocado por la publicación de la directiva marco y su interpretación tan patriarcal. Y caemos en el marasmo de la paz del rebaño orteguiano, morando en su nostalgia

Hemos atesorado una importante tradición gestora, tanto técnica como jurídica y política. Han tenido como consecuencia una particular “manera de estar y pensar” en sociedad. Lla visciencia orteguiana. Y un terrible péndulo con oscilaciones mareantes. Tras el espasmo directivista llegó la crisis que impidió la financiación de las medidas tan onerosas como imprescindibles a adoptar para superar los altísimos niveles de exigencia que la interpretación de la norma europea definió.

Ahora llega la hora de esforzarse en regresar a la cultura matriarcal, lo que no es fácil, aunque lo sea más el comenzar ese camino de regreso con paso firme y determinación de llegar a la meta de la adecuada defensa patrimonial del agua. Los obstáculos son importantes, pero lo más importantes es identificarlos, situarlos y divulgarlos.

El primero es el número creciente de potenciales usuarios (para beber y para deteriorar su calidad), del agua. Actuar de manera planificada para adaptarnos a la superpoblación y combinarlo con la disminución de la destrucción ambiental, ayudaría a mejorar las condiciones de acumulación de bienestar humano. Porque ya se acabó el mundo natural terrestre que funciona como un mundo autónomo que se sostiene a sí mismo.

El gran esfuerzo colectivo e individual que exige el nuevo paradigma de base, no puede ser solo para salir de una crisis severísima, tras la cual adviene la relajación. Deberá ser el suficiente para dar el salto del marasmo al… punto medio que marca el cambio exigido por la deconstrucción del discurso numantino de la culturas del agua (“político” o “religioso”), que nos podría llevar de nuevo al espasmo.

Las ideologías políticas (la política hidráulica, que es la que prima aunque la “nueva cultura” se cubra con este adjetivo) y religiosas (la religión de la vuelta al estado prístino), se fundamentan en la apropiación de la verdad. Por ello son fuentes de negación de los que no comparten la misma creencia. No admiten la conversación.

Las soluciones generalistas, bienintencionadas y plausibles sólo retardan los cambios estructurales necesarios. Esfuerzo común, responsabilidad individual, arrimar el hombro, lucha personal, coraje, emoción en la relación… que patriarcalismo, sobra.

Ni “se debería”, ni “hay que”. “Vamos a…” luchar por un nuevo paradigma de base en la gestión del agua que recupere en la medida de lo posible los fundamentos de una cultura matriarcal acuática adecuada a la situación real que vivimos.

Deseando el advenimiento de la confianza como fundamento de la convivencia social, confianza entendida como la actitud en la que nos encontramos en una relación sin preguntarnos por su legitimidad, que aceptamos de partida

Porque para que cambie la cultura, y las culturas del agua, tienen que cambiar nuestros deseos

Lorenzo Correa

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