Vistamos a veces, durante nuestros sueños el paisaje inquietante de un lago. Algo nos dice que cuando vamos allí, es para buscar silencio y tiempo. Nos encontramos siempre el mismo paisaje, en la melancolía del lago, como si el tiempo estuviera detenido. Nubes amenazadoras, que nunca descargan sus aguas viajeras. Para no romper el silencio imperante.

El sol se pone en un ocaso interminable, cubriendo de sombras la hasta hizo poco brillante superficie del agua. Y poco a poco, se va instalando la melancolía en el lago, también en nuestro corazón. Cuando llegamos en nuestro sueño recurrente, lo primero que hacemos es mirar hacia arriba a lo lejos.

Queremos que nos sorprenda la blancura de la nieve, antes de que se funda y baje al encuentro de nieves pasadas en la melancolía del lago. Pero nunca conseguimos llegar a tiempo de que el sol nos deje ver el blanco manto. Solo intuimos ópalos rosas últimos de las sierras.

Así que no nos queda más remedio que esperar a que el sueño nos abandone y componer con su recuerdo al despertar un soneto a esa melancolía del lago que recoja en la poesía nuestra tristeza por la deriva que va tomando la gestión del agua allá donde, hasta hace poco, hubo sequía.

La vemos dirigirse hacia el futuro dejando un rastro de caracol que retrocede casi todo lo que antes avanzó. Estrategia de caracol que propone maniobras distractivas en el laberinto del paisaje para ganar tiempo. realismo mágico, en un espacio en donde cualquier cosa puede ocurrir y en donde la imaginación no tiene límites. Ojalá el poeta soñador no sea un agua fiestas

Lorenzo Correa

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