Del río al pozo. Usos tradicionales del agua de los ríos humanos en épocas de cambio climático


Cuando paseamos por esas cajas de caudales de inagotables recursos que son los ríos humanos, nunca dejamos de ver cosas curiosas. En nuestro paseo de esta semana, a pocos pasos del cauce, topamos con una  vetusta construcción abovedada. No es una ermita, ni almacén rural. Es un pozo de hielo.

Como es lógico, está en desuso. A nadie se le ocurriría hoy meter hielo aquí, cuando tenemos frigoríficos en casa. Y vehículos y buques preparados para recorrer enormes distancias sin que los alimentos o los objetos pierdan la cadena del frío. Pero los ríos humanos son muy antiguos. Y los ribereños, construyendo estos pozos de hielo, sabían extraer de sus aguas un beneficio que contrarrestaba los perjuicios de las malas cosechas. O aumentaba sus benéficos cuando éstas eran buenas.

Porque no hace demasiados siglos, los inviernos parecían interminables y las nieves perpetuas. Fue durante la Pequeña Edad del Hielo. La que duró desde el final de la Edad Media hasta bien entrado el siglo XIX. Cambio climático natural, que vivieron nuestros antepasados. Y que les permitió  desarrollar el comercio de la nieve en muchos puntos de España.

En esa época, convertir por compactación la nieve  y aprovechar el hielo del río congelado, era un negocio. Y el que podía, lo aprovechaba. Así, el pozo mantenía inalterado un tesoro que se usaba durante el estío. Tanto para usos culinarios y gastronómicos como  para remedios terapéuticos. Servía para hacer helados y refrescos  o para bajar  la fiebre. También para rebajar una inflamación, curar quemaduras, cortar hemorragias o aliviar lesiones traumáticas.

Estratos de nieve compactada de 30 a 50 cm de espesor, separados con paja y hojas. En verano se cortaban en bloques. Y se transportaban en caballerías por la noche hasta su destino. Allí se dejaban en las “neverías” urbanas para su venta. Aunque también se llevaban hasta las casas señoriales que podían conservarlo en sus “fresqueras”

La estructura exteriormente era una falsa bóveda de sillarejo culminada con teja árabe. Ella  permitía la aireación y la temperatura adecuadas. También se apeaba la bóveda en un muro exterior circular o cuadrado, en el que se abrían una o dos puertas por donde se trajinaba la paja, la nieve y el hielo.

¡Cuánto trabajo generaron en las zonas rurales donde pervivieron tantos años! Les dejamos la imagen de un pozo de hielo, hoy afortunadamente reconstruido y visitable. Para recordar su aportación a los usos del agua de los ríos humanos., Que siempre los ha habido y los habrá, mientras que la lluvia los visite

Lorenzo Correa

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