Gestión Resiliente del Agua en las Ciudades Emergentes de África


Casi la quinta parte de la población mundial residirá en las grandes urbes africanas dentro de 25 años. La cifra, asusta porque serán 1.500 millones de personas. Sobre todo, porque hoy viven en ellas solamente la mitad. ¿De dónde saldrá el agua para ellos? 

Aunque el abastecimiento de agua no es el único problema. Hay muchos más, como la carencia de trabajos dignos, la escasez de bienes materiales, de viviendas adecuadas e infraestructuras viarias, de drenaje urbano y saneamiento. 

Todo ello, inserto en una trama urbana con escasa o nula planificación moteada de suburbios superpoblados que no cesan de acoger a nuevos habitantes. 

Para los habitantes del primer mundo, es casi inimaginable pensar en cómo se puede vivir en un lugar sin garantías ni cuantitativas ni cualitativas de agua. Amenazados constantemente por la sequía y la inundación. Pues esto es lo normal para el 60% de los habitantes de las ciudades africanas. 

Imaginen estas situaciones en un contexto de pandemia de COVID-19. Fue lo que ocurrió en muchas ciudades africanas en las que había que pasar horas y horas en la cola del agua. Sin poder cumplir las mínimas medidas de distanciamiento y expandiendo así las posibilidades de contagio. 

A África le espera un enorme desarrollo urbanístico. Pero lo peor, es que no estará planificado. ¿Hacia dónde irán las ciudades en expansión? Pues hacia el campo, por supuesto. Se ocuparán tierras de cultivo, se agotarán acuíferos y se talarán bosques. Y hoy por hoy, no existe ninguna autoridad competente ni por supuesto legislación que permita hacer las cosas bien y con la planificación adecuada. 

Se impone la colaboración entre regiones adyacentes, gobiernos nacionales y todos los socios que puedan añadirse a la ecuación. Si se contempla desde un punto de vista económico, son 143 las ciudades de África subsahariana que generan la mitad del Producto Interno Bruto (PIB) de la región. Y en solo dos años, su contribución habrá aumentado a más de dos tercios. Son por lo tanto sus alcaldes, ediles y regidores los que deben unirse para luchar con todas sus fuerzas contra la inseguridad hídrica. La que empeora sin cesar la vida de los pobres y de las comunidades vulnerables que constituyen más de la mitad de la población urbana. 

Es el momento de poner orden ante el caos que puede suponer la expansión prevista, ya imparable de las ciudades africanas. Porque la mayoría serán de nueva creación. Y ante algo que está por nacer es más sencillo aplicar soluciones de gestión del agua más flexibles y circulares que también afronten los desafíos climáticos previstos. Definiendo una agenda panafricana de antifragilidad hídrica urbana. Dotada de un enfoque integrado a los desafíos hídricos antes citados. 
 
Para conseguirlo, está de moda aludir a la llamada resiliencia hídrica. La que proporciona acceso a agua segura, confiable y asequible. Protegiendo a la vez los recursos hídricos y preparando a la ciudad para los episodios extremos de sequías y avenidas por venir. También le llaman “Obtener el agua adecuada” 

Y esto hay que hacerlo en un entorno africano urbano en el que más del 60% de sus habitantes carecen de acceso a agua y saneamiento. Además, solo la cuarta parte tiene acceso a agua gestionada de forma segura, y el 42% a servicios de saneamiento adecuados. 
 
Por ello, a las ciudades les corresponde impulsar la acción, que sincronice el suministro de agua urbana con la gestión regional de los recursos hídricos, al tiempo que aborde el crecimiento urbano y la adaptación climática.  

Ante el batiburrillo de gestores locales y regionales del agua, se impone una mayor integración y coordinación entre agentes creando asociaciones locales dentro de las ciudades gobiernos nacionales y provinciales. Porque la resiliencia hídrica urbana requiere un enfoque ciudad-regional de múltiples niveles, que incluya todas las cuencas y las regiones urbanas implicadas  

¿Cómo construir una ciudad resiliente al agua?  

Conociendo los riesgos hídricos a los que se enfrentan para redirigir la expansión de manera que se reserven espacios verdes y áreas exentas de uso, inundables, para el control de inundaciones. La planificación y gestión del uso de la tierra ecológicamente sensible es vital para garantizar la preservación de las masas de agua circundantes. Porque ellas son clave para amortiguar las tormentas y además permiten sus usos a la agricultura periurbana y brindan seguridad alimentaria regional. Donde se pueda, hay que reservar suelo para que el agua lo ocupe, cuando llueve mucho, aguas arriba de la urbe 

Por su parte, los gestores urbanos deben planificar teniendo en cuenta el drenaje. Para eso hay que diseñar infraestructuras grises y verdes. Es decir, tradicionales en comunión que soluciones basadas en la naturaleza. Y así generar más que resiliencia, antifragilidad ante las cada vez más extremas condiciones tanto húmedas como secas previstas. 


 

En tercer lugar, el abastecimiento de agua y su gestión urbana deben adaptarse a los recursos existentes. Y diversificar el suministro y las opciones de gestión mediante “estrategias hídricas” que aumenten la inversión en almacenamiento, calidad y reutilización de aguas grises. 

Cada vez más ciudades, como Windhoek en Namibia, beben y recargan sus acuíferos con sus aguas residuales tratadas  

El objetivo es que las aguas servidas por los gestores sean seguras, sostenibles y resilientes. Y si puede ser, con estructuras de captación, almacenamiento, tratamiento y distribución antifrágiles. Integrando datos, conocimientos y participación comunitaria locales, reuniendo datos geoespaciales que se centren en la infraestructura física y los riesgos para los activos con datos socioeconómicos para identificar las áreas y comunidades más vulnerables. Habrá que hacer muchas encuestas socioeconómicas en hogares, que ayuden a poner de manifiesto vulnerabilidades concretas y necesidades de inversión sobre el terreno. 

Nada de ello será posible si previamente no se resuelve la financiación. Porque hasta hoy, menos del 1% de la inversión climática se destina a mejorar la gestión del agua en las comunidades pobres. 

Esta es la razón por la que África necesita gastar al menos 130 mil millones de dólares para enjugar el retraso en infraestructuras. De ellos, 66 mil millones de dólares habrán de destinarse a dotar de acceso universal al agua y el saneamiento. Nadie sabe de dónde se van a sacar. Lo que sí está demostrado es que los beneficios potenciales de gastarlos son mucho mayores que su importe. Una relación coste-beneficio de entre 2:1 y 10:1. 

 
Para invertir bien en resiliencia hídrica deben crearse mecanismos para que el dinero llegue a las ciudades. Hoy, sólo 1 dólar de cada 10 de los destinados a financiación climática llegó al ámbito local. Un ejemplo es el Fondo de Agua de The Nature Conservancy, que reúne a los usuarios de agua aguas abajo, como empresas o ciudades, para invertir en esfuerzos de conservación de agua aguas arriba. Así se consigue que al tener menos afecciones aguas arriba de la ciudad, haya menos también aguas abajo a largo plazo. Los fondos de agua para las cuencas de Nairobi, Ciudad del Cabo y recientemente Freetown, muestran una gran mejoría de la restauración regional y la reducción de especies de árboles invasores que consumen mucha agua. 

Además, hay que incluir en los planes de desarrollo el coste real de los daños y el valor de los beneficios sociales, económicos y ambientales agregados. 
Y, por último, aumentar la capacidad de las partes interesadas de la ciudad, las empresas de servicios públicos y los pequeños proveedores de servicios para desarrollar proyectos hídricos ecológicos y resilientes al clima. Dichas medidas pueden incluir ofrecer asistencia técnica para desarrollar planes de negocios viables para proyectos, proporcionar inversiones iniciales innovadoras de riesgo e impacto social, desarrollar mecanismos para agregar proyectos pequeños y descentralizados en carteras de inversión más grandes, o aumentar la solvencia crediticia de las instituciones mejorando la gobernanza, el desempeño operativo y proporcionar pequeños préstamos incrementales 

 
Además, se podría aprovechar los crecientes mercados de bonos verdes y financiación combinada, al tiempo que se impulsa la financiación climática hacia proyectos de infraestructura hídrica. Investigaciones recientes indican que estas transacciones pueden ser tan importantes como las tarifas, los impuestos y las transferencias tradicionales de los que tradicionalmente depende el financiamiento del sector del agua. 

Por su parte, los bancos multilaterales de desarrollo deberían cuestionar la falsa elección entre infraestructura verde y gris. Y apostar por una cartera híbrida basada en contextos locales durante los procesos iniciales de planificación y evaluación. 

 
En todo ello trabaja la Comisión Mundial sobre Adaptación. Para crear un vínculo indestructible entre las soluciones basadas en la naturaleza, la y las ciudades. Con el compromiso de los gestores hídricos locales de adaptarse a esta forma de actuar. La propia Cumbre de Adaptación Climática del pasado mes de enero dio un gran impulso al programa global “1000 Cities Adapt Now«,   reforzando la noción de que las ciudades tienen un papel clave que desempeñar en el logro de estos compromisos. De ahí que la Comisión Mundial de Adaptación creara un movimiento y un impulso para la resiliencia climática. 

El éxito de este movimiento depende de los compromisos serios de los países y las instituciones, así como de nuevos enfoques para implementar la agenda de resiliencia y soluciones innovadoras a escala. La COP26 en Glasgow será un momento galvanizador para la agenda climática a nivel mundial y la Campaña Carrera hacia la Resiliencia, cuyo objetivo es catalizar un cambio radical en la ambición global de desarrollar la resiliencia de 4 mil millones de personas para 2030. 

 
Aprovechemos la oportunidad para de garantizar que el refuerzo de la seguridad hídrica y la resiliencia climática de las ciudades africanas en crecimiento sea un componente importante de la agenda de acción de la próxima década. Reúnanse las ciudades y naciones africanas, aportando sus iniciativas existentes y emergentes con la comunidad financiera y de donantes. Y fórjese, de una vez por todas una coalición panafricana que pueda proporcionar acceso al capital necesario para ayudar a las ciudades africanas a crecer de manera sostenible, mientras gestionan sus recursos hídricos. Para que dispongan de un acceso equitativo al agua potable y además consigan mitigar el impacto de un clima cambiante. 

Lorenzo Correa

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