El río acoge en su cauce el astillero del difícil y laborioso buque de la presa. Quedarán unidos para siempre gracias al ingenio y la humana laboriosidad.
En nuestro astillero de hoy, se estaba construyendo la presa de la Llosa del Cavall, en los años 90 del siglo pasado. Podíamos todavía admirar su popa, que proa no tiene, orientada hacia aguas arriba del río. Y sus cuadernas, formando parte del armazón del buque.
Cuando la nave se finalizó de construir, no hizo falta botarla. Se quedó anclada en el cauce. Y el buque formó un embalse. No le denominéis pantano, que a su capitán no le gusta. Y mucho menos al almirante de la flota presística española.
Gracias a la presa, entre otras cosas, hoy podemos disfrutar de la integración en el paisaje de una obra humana. Obra hidráulica por excelencia.
Pasar en pocos años de modesto, aunque ufano, río, a lago artificial. La contemplación del conjunto apasiona y hace perder la racionalidad que nos podría llevar al debate eterno de las presas y el paisaje. Pero hoy, lo sublime es el embalse y su adaptación al medio que en su día, invadió. Porque, ahora y aquí, en la soledad de la cuenca alata, produce un inefable sentimiento que sale del almacén del corazón.
Lorenzo Correa
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