El río se convierte en lago en la cola del embalse. A partir de ahí sus caudales van ensanchando el cauce lamiendo laderas y adaptando su anchura a los perfiles del terreno que moja.
Nuestro río de hoy no puede cumplir con esta norma. Porque su cuenca no aporta caudales significativos debido a la sequía. En lugar de engordar a partir de la cola del embalse, continúan mostrando su delgadez que difumina su prestancia ante la luz que emana de la presencia eterna del sol.
Si miramos más hacia aguas abajo, observaremos la ladera casi siempre mojada y ahora exenta de humedad. La diferencia de colores a partir del límite entre lo normalmente sumergido y la vegetación natural previa a la construcción de la presa de embalse.
También en las pilas del viaducto, vistas desde la cola del embalse, se aprecia la línea fronteriza entre la cota de máximo nivel y la actual. Nos muestra con claridad el agua que falta. Por fortuna, la cola del embalse volverá a moverse y revivir cuando llueva de nuevo.
Y, mirando el vaso medio lleno, estaremos más tranquilos sabiendo que el colchón amortiguador de la energías y caudales punta de la próxima avenida es enorme. El embalse podrá laminar y regular, que esa es una de sus funciones principales.
Reflexiones positivas desde la cola del embalse en vísperas de las restricciones que, incomprensiblemente para lo que se supone que debe estar planificado en una sociedad avanzada del siglo XXI, se intensificarán pronto en las cuencas internas de Cataluña.
Lorenzo Correa
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