Domesticados, como los ríos


Cuando observamos fotos como la que hoy nos envía nuestro seguidor Miguel Ángel Gago, siempre nos da por emocionarnos. Donde  hubo ríos antaño «salvajes«, hoy vemos ríos domesticados ¡Cuánto nos gusta ir a los ríos, observar y reflexionar!

Para que nuestras reflexiones lleguen a alguien, necesitamos el lenguaje. Y sus normas están en el diccionario. Traduzcamos la emoción antes aludida. La de ver ríos domesticados.  ¿Qué es domesticar, según la obra lexicográfica por excelencia de la lengua española? Pues lo que interpretamos al verlos. Reducir, acostumbrar la vista  y compañía del hombre al animal fiero y salvaje. Y hacer tratable a alguien que no lo es, moderar la aspereza de carácter.

El río no  es un animal, aunque los contenga y acoja. Pero es fiero y acompaña al hombre. En las fotos vemos ríos encajonados. Los rodean paisajes artificiales, las «arboledas» de Pla. Para él, la arboleda era  un bosque sin elemento cósmico, sin desorden, sin caos. El bosque ajardinado. eso es lo que vemos en nuestra foto: Árboles uniformes creando formas repetidas. Objetivo: un  rendimiento infalible. Eso es lo que rodea  el río de nuestra foto. Producto de la domesticación .

Pero a estos ríos, también los cruzan infraestructuras viarias y ferroviarias. El progreso, según nuestros antepasados. Los contemplan desde las alturas las estructuras que transportan la energía sin la que ya no podríamos vivir.

Todo es rectilíneo, anguloso, cortado, medido y pesado. Así vemos los ríos domesticados. Reducidos en su cauce a la mínima expresión. Maquillados con pinturas de guerra.  Moderados en su aspereza de carácter, salvo cuando llueve salvajemente. Que la lluvia no se puede domesticar. Entonces llaman a nuestro fotógrafo para que lo arregle, que él sabe mucho de hacer tratable a un río.

En cualquier caso, nuestra reflexión de hoy nos deja tranquilos. Porque, aunque estos ríos no sean como «los de antes» , en su entorno son un fiel reflejo de sus ribereños. Han cambiado, como ellos lo han hecho. Ya no podrían, ni ellos ni nosotros, volver a ser «los de antes» .

Es cuestión de aceptarlo, convivir desde el respeto y cuidarlos. Porque no solo ellos están domesticados, nosotros también.

Véase la muestra.

Lorenzo Correa

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