Poética y plástica ola


El de hoy es el poema más libre e indómito que existe. Por eso al ver la ola, tan libre e indómita como ella, al poeta se le ocurre componer una silva. Si el mar es sinónimo de libertad, las olas son su máximo exponente. Y la silva se le parece mucho. Porque su extensión está liberada de reglas, no tiene límite, como el eterno fluir del oleaje, acelerado por el viento y generado por los fondos marinos.

Además, sus versos cortos y largos, de arte mayor y menor se alternan al gusto del poeta. Ola de versos de siete y once sílabas, que se combinan y riman en consonante. Pero abiertos a dejar algunos sueltos, sin rima, como la ola salvaje.

Con la silva y con la ola nos vamos apartando de la estrofa aherrojada por el reglamento. Llegamos, casi, al versolibrismo. Así se comportan esas gotas que chocan contra la roca en plena marejada. Hierven de espumas hasta llegar a la playa arrastradas por viento y ola.

Y allí, agua y arena se mezclan en un vaivén en el que la resaca actúa succionándolas hasta lograr que vuelvan al mar en un ciclo eterno. Así el poeta compone sus poemas siguiendo los designios de su corazón, interpretando sus emociones, ola tras ola. Y bebiendo de los poetas que la antecedieron para aprender, inspirarse y seguir adelante. O hacia atrás, si hay resaca.

Recordamos entre ellos, hoy que toca silva, a José Asunción Silva, el poeta colombiano que quiso ser dandi en París. Miramos el rompeolas recordando su maravilloso nocturno, en la frontera entre el último romanticismo y el primer modernismo. Y así despedimos nuestra silva, acordándonos de Silva

Lorenzo Correa

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