Azul es el cielo a veces y también, a veces, el agua del mar. Sobre todo cuando el poeta, como Rubén, es capaz de ver a Venus entre dos luces. Cuando el día se retira sepultando al sol y la luna envía sus pálidas luces al agua,  recién salida de la nube.

Cuestión de tonos que el cielo va cambiando hasta llegar al exacto azul que emociona e inspira. Poema de mar y de sal. De sol y de aire embriagado de melancolías. Versos con fondo de azul celeste. Triste porque hasta mañana, si las nubes le dejan, no volverá el sol a pintar de rojo carmín el horizonte.

Música de mar que rompe el silencio de la noche y llama a las sirenas a contemplar el tenue azul de la postal marina. Luces que se encienden para ahuyentar la oscuridad. Agua y más agua que se ondula en ola hasta romper exhausta en la arena de la playa.

Vaivenes rítmicos de la oceánica batidora que mecen a los peces y animan al poeta a seguir despierto observando la enorme pecera azul marina. Arriba y abajo. Agua condensada en las nubes, más agua mareando a los pasajeros más sensibles de los cruceros transoceánicos. Seda azul del firmamento que acaricia la pluma y la hace escribir estos versos que caen como la lluvia mansamente en el mar.

Que la brújula de la poesía nos siga marcando el rumbo hacia un poético futuro del agua. Para llegar a él, seguid nuestra estela. Azul y blanca, rompiendo olas y dejándose borrar por el último suspiro de los náufragos

 

 

 

Lorenzo Correa

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