Fuente que ya no mana. Un poema de Lorenzo Correa


Hace muchos años, cuando el poeta era aun un niño, se acercaba a una fuente que ya no mana. No podrá nunca olvidar aquellas tardes de verano oyendo caer su chorro, constante y esquivo. Tenía un poder vigorizador para las fuerzas del alma, pero también relajante para el cuerpo, como la lira de Orfeo.

Sentado cerca del agua, el caudal goteante sonaba como aquella lira que amansaba a las fieras y a todos cuantos humanos se acercaran a escuchar las notas del agua. El agua que amansa, porque nunca se desbrava.

Recuerdos de la infancia que transmite el vate en forma de poema, con versos que imitan a los de un auto sacramental. Para que sus nietos los reciten en el futuro ante esa fuente que ya no mana. ¿ A dónde habrán ido sus aguas?

Las imagina enredándose en codos de canalizaciones oscuras, buscando volver a la luz, superando escollos de válvulas abiertas, adquiriendo energías transmitidas por bombas para llegar a una potabilizadora. Y una vez mareada y medicada en ella, liberando su chorro en el grifo donde acaba el primer trecho de su camino.

¿Y si, desde la fuente que ya no mana se hubieran enviado a una planta envasadora para aprovechar su calidad natural sin necesidad de pasar por la potabilizadora? Daría igual, es el resultado es que acabaría consumida por alguien o por algo. Persona, animal o planta, destino final del agua bendita.

Poema de la fuente que ya no mana. Lugar sagrado al que acude el poeta para comprobar que el tiempo está en el pasado. Y que el agua que no tiene pasado, no tiene futuro

Lorenzo Correa

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