Al navegar por el mar, se alcanza una maravillosa plenitud de los consciente. Serenas o revueltas, las aguas infinitas enrolladas en olas, son iluminadas por soles y lunas. Ambos se suceden mientas el navío avanza hacia su destino.

Y en esa travesía, limitada en el tiempo, como la vida, muchos llegan a sentir la plenitud de lo consciente, cuando advierten lo inconsciente. Porque el final del periplo, es llegar al punto de partida. Bien al puerto deseado, o perecer en un naufragio vencidos por las olas. En cualquier caso, entonces llega el momento de sumergirse en el inconsciente, que es la unión de todos los seres humanos.

Mientras, todavía en la plenitud de lo consciente, las aguas se van poniendo azules al alba. Rosadas al ocaso, mientras el navegante se ve invadido por una fascinación inefable. Siente el agua bajo la quilla, oye el rumor del mar bravío, que se ve abierto por la proa que va rompiendo olas sin cesar. El avance continuo en la lucha por la vida

Y al mirar hacia popa, diciendo adiós a las olas rotas fascinado por las brisas, ve como la estela dejada por su avance va desapareciendo diluida en el mar eterno. En su plenitud de lo consciente sabe que navegar es preciso, pero vivir no lo es.

Lorenzo Correa

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